Apareció cuando nadie la esperaba, como en la escena en la que DarthVader está al final de un pasillo.
Julio Grinberg, sommelier corporativo de Vinoteca
Mientras algunos soldados escapaban y otros se quedaban atrapados, del otro lado del pasadizo se escuchaba la respiración mecanizada, profunda y que anticipaba que algo estaba por suceder. Y cuando apenas asimilabas ese momento, se encendía un sable de luz rojiza… lo que siguió marcó la vida de muchos.
Es por eso que quiero contarte -a manera de símil- cómo la Malbec, a pesar de tener una historia tan rica y que ha trascendido siglos, reinos, emperadores y guerras, luchó por posicionarse. Al productor le tomó décadas comprender que la generosidad de esta uva radicaba en un entorno con más impacto solar, poca humedad y suelos pobres, lo que ayudó a que la uva, en su necesidad por subsistir, se las ingeniara para alimentarse, desarrollando así vigor, resistencia y fortaleza.
La amenaza fantasma
Fue en Cahors donde nació la Malbec. En la región se daban unas uvas tan bien pintadas que los vinos se apodaban “los vinos negros de Cahors”, que eran el complemento perfecto para sus vecinos de Burdeos por su coloración y consistencia. Una de sus principales seguidoras fue, ni más ni menos, que Leonor de Aquitania, quien presumía sus vinos a quien se le cruzara. También la salida portuaria de Le Rochelle permitiría que los vinos de Cahors fueran bien expuestos. Sin embargo, esta sensación de éxito duró poco. Supongamos por un momento que la uva tiene sentimientos, así que su autoestima estaba por el piso y, como estocada final, sucedieron dos sucesos que aniquilaron esta variedad casi en un 99 %: la filoxera, en 1877, y el Gran Frío de 1956.
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Continuando en Cahors, unas décadas después de la intensa helada, algunos productores decidieron volver a considerar la cepa y, dándole el espacio merecido, lograron notas más especiadas, algo sobrias y tensas al paladar que las sudamericanas.
Una nueva esperanza
De manera simultánea a la dramática telenovela de la Malbec en Europa, circa 1850, unas cepas de Malbec entremezcladas con plantas bordelesas llegaron a Sudamérica de la mano de un viverista, Jorge Amador Pouget, quien inició un sendero de plantaciones experimentales para entender, a través de la agronomía, qué plantas y árboles se daban mejor en la región. Pouget conoció al líder argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien lo invitó a realizar prácticas en la provincia Mendoza. Varias uvas ofrecieron resultados positivos, entre ellas la Malbec, que se extendió rápidamente por la región. Sin embargo, su éxito no estaba nada cerca, ya que en aquel entonces los vinos se producían por umen.
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Luego de la famosa Campaña del Desierto de Argentina, cerca de 1900, muchos inmigrantes europeos llegaron al país sudamericano y se ubicaron en distintas provincias.
Así, la experiencia vitivinícola italiana fue asentándose en Mendoza. Entre los recién llegados hubo visionarios que sentaron las bases de ese éxito hoy en día, aunque no fue la Malbec quien lideró el crecimiento inicial en la viticultura argentina.
El imperio contraataca
¿Cómo logró esta cepa crecer hasta cubrir más de 40 mil hectáreas? La respuesta estaba a la vista, pero el riesgo era alto… la montaña -la famosa cordillera andina-, guardaba la solución. Como decían en las clases de geografía: cada 100 metros de altura equivalen a un grado menos de temperatura y aire puro y seco, humedad mínima o nula, insolación tremenda, horas solares generosas, poca lluvia, tierras pobres y agua de montaña: el combo perfecto para una variedad que agradeció el sol.
El despertar de la fuerza
Beber un vino tinto es toda una experiencia, y el Malbec propone ciertas características distinguidas: un aspecto rojizo profundo con bordes violáceos bien delineados y perfectamente marcados. Sus aromas son amplios, y nunca quedan a deber. Las frutas son intensas, rojizas y negras, así como es muy típica la nota de las ciruelas jugosas. Luego hay florales como las violetas o las lilas, además el aspecto especiado es sublime y encantador, pues va ampliándose a medida de la puesta en barrica.
Al paladar es suave: glicéridos con dulzor, notas a mermeladas de ciruela, cereza, mientras que la acidez es viva y se entrelaza con el alcohol para redondear de forma amable al paladar. Sin duda la madera es el aliado perfecto, pues levanta notas de pasas, frutas secas, frutos secos, canela, pimienta y vainilla.
¡Salud y hasta la próxima!
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