El vino es luz de sol bañada con agua. – Galileo Galilei
La palabra primavera deriva del latín prima, que expresa “primer” y vera, que significa “verdor”. Es una estación que es sinónimo de despertar, del fin del letargo invernal para muchos seres vivos, entre ellos, la vid. Durante los meses más fríos, la planta no dispone de hojas, tan solo conserva la parte leñosa de su estructura, la única capaz de soportar el frío invierno. Es entre los meses de enero y febrero que el viticultor poda la planta.
En los cortes realizados en la poda, con el incremento de la temperatura propia de la nueva estación, la savia empieza a brillar, y a este primer proceso le llamamos “lloro”.
Posteriormente, entre finales de marzo y principios de abril (en el hemisferio norte y según las particularidades de cada región), las yemas empiezan a engordar en forma de pequeñas bolas algodonosas que se alternan sobre los sarmientos. Dichas protuberancias darán paso a los primeros brotes verdes, en el proceso conocido como brotación o desborre.
Después, los brotes crecerán, durante los meses de abril y mayo, hasta convertirse en hojas y ramas nuevas completando la foliación, un proceso vital para que la planta pueda empezar a trabajar a pleno rendimiento. En esta fase se eliminan los brotes excesivos, para asegurar que la superficie foliar sea la exacta para que la planta trabaje de manera óptima. Las hojas son las responsables de la transpiración, la respiración y la fotosíntesis, de la transformación de la savia bruta y de la captación de la energía solar, entre otros procesos, por lo que su correcto desarrollo es fundamental para el éxito de la futura cosecha.
Finalmente, cuando la primavera está por finalizar y dar paso al verano (finales de mayo, principios de junio), llega la floración, momento en el que aparecen los embriones de las flores, unos pequeños botones que se desarrollarán hasta convertirse en los granos que formarán los racimos.
Del éxito de esta fase dependerá tanto el volumen de la cosecha como el comienzo de la vendimia, pues desde el momento de la floración hasta el de la recolección, pasarán alrededor de 100 días.
Todo esto forma parte de un increíble proceso que apenas empieza con la vid, y que culminará en un vino maravilloso que disfrutaremos con nuestros más cercanos.
¡Salud!
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Pilar Meré, Sommelier
Comunicación Integral Especializada: Wine, Food & Lifestyle.
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