No es solo un condimento, es el secreto para potenciar sabores y transformar platillos, ¡la sal puede hacer la diferencia!
La sal es uno de los ingredientes más esenciales en la cocina. Más allá de potenciar los sabores, puede transformar completamente un platillo según su origen, textura y combinaciones.
La sal puede provenir de dos fuentes principales: el mar y la tierra. La marina se obtiene a partir de la evaporación del agua de mar en salinas naturales o artificiales. Dependiendo del proceso y del lugar donde se extraiga, puede retener minerales como calcio, magnesio y potasio, lo que influye en su sabor y textura.

Por otro lado, la sal de roca, también conocida como sal gema, proviene de depósitos subterráneos formados por mares evaporados hace millones de años. Se extrae mediante minería y se purifica antes de su comercialización. La sal del Himalaya es una de las más conocidas dentro de esta categoría, reconocida por su color rosado y su contenido mineral.
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Además, las sales pueden combinarse con hierbas, especias y otros ingredientes para crear mezclas únicas que potencien el sabor de los platillos. Algunas de las más populares son:
Sal con hierbas: Mezclada con romero, tomillo, orégano o lavanda, ideal para carnes y pescados.
Sal con cítricos: Combinada con ralladura de limón, naranja o lima, perfecta para mariscos o aves.

Sal ahumada: Expuesta al humo de maderas como nogal o roble, aporta un toque profundo a carnes y vegetales a la parrilla.
Sal con especias: Mezclada con pimentón, cúrcuma o chile en polvo, realza el sabor de salsas y guisos.
Sal con trufa: Infusionada con trufa negra o blanca, ideal para pastas, risottos o huevos.
¿Cuánta sal usar?
El uso adecuado de la sal es clave para lograr un balance de sabores sin opacar los ingredientes principales. De manera general se dice que para carnes y pescados, se recomienda aproximadamente 5 g por cada 500 g de producto, mientras que para sopas y caldos, una proporción de 1 cucharadita por litro es un buen punto de partida, ajustando al gusto.
Presentes también en la panadería y repostería, para potenciar los sabores y controlar la fermentación, generalmente se usa en una proporción de 1 a 2% del peso total de la harina. La clave está en probar y ajustar, recordando que es mejor quedarse corto al inicio y rectificar al final de la cocción.
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