La vendimia es el momento clave para la vino, pero también para la tierra. Agostina Astegiano nos cuenta el motivo de por qué es una temporada espectacular
Mi primera Fiesta de la Vendimia fue cuando tenía ocho años, en los cerros, al pie de la increíble Cordillera de los Andes en Mendoza, Argentina; se trata de una de las fiestas más importantes a nivel mundial para celebrar los frutos, honrar a los trabajadores y mostrar la cultura mendocina.
Años después, ya recibida de enóloga, presenciaría un festejo dedicado a lo mismo, pero totalmente distinto. Esta vez, desde mi posición, lo disfruté mucho más. Para la fiesta, prepararon un costillar a la llama para los trabajadores de la bodega y el viñedo, donde yo estaba haciendo una vendimia como pasante. Este banquete incluía un gran festín: buen vino, pan, postre, mesas cómodas y guitarras. Todo para honrar, agradecer y hacer partícipes a todos los, trabajadores de campo de la vinícola, así como a los administrativos y comerciales de la bodega. Era un agradecimiento a cada una de esas personas que año tras año hacen posible que todos podamos disfrutar de este brebaje tan rico, honesto y saludable. Un lugar para escuchar anécdotas, aprender, entender desde otra perspectiva, involucrar al trabajador y hacerle ver que, gracias a sus esfuerzos, muchos de nosotros podemos hablar de taninos, polifenoles, terpenos, aromas a frutos rojos, etcétera. Es un mensaje de que el vino une: el vino es para todos y es grande gracias a todos. Afortunadamente, esta celebración continuaría durante muchos años más en mi vida, en cada bodega en la que trabajé haciendo vendimia.
Las celebraciones de la vendimia, en la mayoría de los países productores de uva del mundo, se dan así: cada bodega celebra cada año al clima y a sus trabajadores, y luego, si la zona o el pueblo quiere, se hace una fiesta para los consumidores, celebrándolos a ellos también y haciéndolos parte de este hermoso arte. Así eran las fiestas de la vendimia en los pueblos productores de Francia, España o Italia en tiempos pasados. Con el tiempo, la modernidad, la globalización, el esnobismo y muchas otras situaciones, esto fue cambiando.
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Mi primera fiesta de la vendimia en México, país que me acogió como hija, fue algo diferente para mí. Una gran cantidad de buenos consumidores, amigos, neófitos del vino, conocedores, todos tomando, catando, pisando uvas, viendo caballos, escuchando bandas, bebiendo en exceso, disfrutando, riendo, llorando. En mis primeras vendimias en México veía al consumidor, pero en ningún momento al trabajador del viñedo o la bodega. Cuando pregunté por qué los trabajadores de campo y bodega no estaban celebrando, la respuesta fue que se les hacía luego una comida para ellos, lo cual en su momento no me pareció mal.
Ahora, con el paso del tiempo y después de haber hecho vinos en varias regiones vitivinícolas del país, veo que esa respuesta era errónea. Hoy entiendo por qué es tan difícil encontrar gente que quiera especializarse en el rubro, que se comprometa con la vid, el vino, la bodega y que entienda el arte que hacemos. Una de las grandes debilidades que encuentro, además de las prestaciones deficientes, los bajos sueldos y la falta de interés de la gente en trabajar la tierra, es la falta de sentimiento de participación e inclusión de los trabajadores.
Desde el comienzo de la recepción de los frutos, cuando se realiza su celebración en una fiesta, hasta el día a día en el que el producto llega a los laboratorios, se hacen catas o se organizan maridajes para disfrutarlo, se deja fuera a la pieza clave de este engranaje. Una pieza fundamental en la industria.
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Entonces, después de esta larga y agridulce explicación, pregunto y propongo: ¿por qué no incluir en las celebraciones a los trabajadores del vino y honrar su trabajo invaluable, mismo que nos otorga el vino, un producto que une fronteras y que permite vivirlo con los cinco sentidos? Hagamos que en cada fiesta de la vendimia en México, los trabajadores sean parte: como patrones, démosles las gracias; como consumidores, escuchemos lo que tienen para contar. Les aseguro que escuchándolos, aprenderán mucho más que en una cena de cinco tiempos.
Y para terminar, como siempre digo, los enólogos hacemos momentos, no vinos; disfruten cada uno como único e irrepetible. ¡Salud!
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