📸: Nizaguiee Hidalgo
Romina Argüelles es la encargada de la curaduría de vino en Plonk. Ella nos contó que, durante la Primera Guerra Mundial, los soldados franceses recibían un litro de vino como parte de sus necesidades básicas –nosotros también creemos que esa debería de ser una prestación de ley para todos los trabajadores-. Los franceses eran acompañados por soldados australianos, quienes por su acento fuerte no lograban entender que los galos hablaban del vin blanc y, en cambio, entendían plonk. Esta palabra se convirtió en la manera informal de llamarle al vino, así como los mexicanos le decimos cheve a la cerveza. Entonces, cuando los australianos quieren invitar a sus amigos por unos vinitos, les siugieren: let’s get a plonk.
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Hoy, Plonk también es un nuevo lugar en la Condesa, se trata de una cocina abierta que tiene como hilo conductor al vino, aunque también hay cocteles (clásicos bien hechos y otros clásicos con el toque de la casa. Y, claro, también muy bien hechos), destilados y productos sin alcohol, “nos importa que en la mesa siempre haya algo para todos los gustos”, nos cuenta Romina, mientras afirma que Plonk no es un wine bar, es mucho más.
Argüelles elige el vino desde la historia de cada botella, y prefiere fermentados de mínima intervención, aunque no se inclina por los 100% naturales ni por los 100% clásicos; lo importante es que los cultivos sean orgánicos, las producciones limitadas y los importadores pequeños, para asegurar así que las botellas que engalanan los anaqueles de Plonk no se encuentren en puntos de venta.
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La selección de vinos de Romina hace matrimonio con la cocina de Flor Camorlinga, una chef moreliana que le ha dado la vuelta al mundo.
“Si tuviera que definir la cocina, diría que es mexicana con influencias asiáticas”, afirma Flor, que ha trabajado en lugares como Chile, Nueva York, Copenhague, Japón y Corea del Sur, y esas experiencias han influído en su estilo de cocina: mexicana, pero latinoamericana, pero con mucho umami y con toques picosos que complementan a la siempre presente huella de las cocinas coreana y nipona. Prueba de ello es el udón picante con camarón, que Flor adaptó luego de conocer a su favorito de la comida chatarra coreana: “cuando vivía en Corea del Sur, al terminar de trabajar, me iba a las tiendas de conveniencia a comprar noodles instantáneos con sobres de queso y verduras que quedan como un mac and cheese picante. En Plonk lo recreamos, pero con ingredientes de calidad.”
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Y sí, un imperdible de Plonk es ese udón, goloso y potente, servido con abundantes camarones y queso cheddar del bueno. Entre otras opciones de la carta, y para sabores francos y bien armonizados, no te pierdas el crudo de robalo, acompañado con rebanadas de pepino y con una leche de tigre con matcha. El crudite con jocoque no se queda atrás; se trata de un plato de coles de bruselas y elotitos baby que vienen con hojas de endivia para taquear. Otro imperdible es el tamalito de marlin, generoso con el relleno y cubierto de una salsa nostálgica y que acompaña perfectamente a la masa del tamal.
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A los platillos los acompañan los vinos, y como Romina se inclina por las burbujas, definitivamente tienes que pedirte una copa de espumoso en tu visita, seguramente encontrarás algo sorprendente como el Crémant de Jura que nosotros probamos con el postre. Pero los vinos tranquilos no se quedan atrás; todos de mínima intervención e historias sorprendentes.
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Al final de la visita, lo confirmamos: Plonk no es un wine bar, es mucho más. Es visitar un proyecto encabezado por dos mujeres profesionales y conocedoras de lo que hacen, probar sabores impactantes pero sofisticados y es, también, constatar que, paso a pasito, el vino está tomando las calles de nuestra ciudad.
📍Iztaccihuatl 52, Hipódromo, CDMX.
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