Venerado por diversas culturas, el vino es protagonista de inumerables relatos a través de la historia. Te contamos sobre la mitología de nuestra bebida favorita
A lo largo de la historia, la humanidad ha creado conexiones con cada alimento que consume, les brinda vida con relatos que explican sus orígenes, una manera de honrar a todo aquello que disfrutamos. Sin embargo, si hay una bebida que ha formado parte crucial de la mitología de muchas culturas es el vino, un producto digno de importantes dioses, con cualidades extraordinarias y orígenes fantásticos.
No debe extrañarnos que el vino provoque admiración: es un néctar vivo que concentra cualidades de la tierra, del viento, del tiempo. Es un líquido cambiante que se beneficia de la pasión que se le inyecta a la vid, y que está lleno de significados porque, como el hombre mismo, evoluciona día a día. Haya surgido como casualidad o sea un regalo de los dioses, hoy está presente en nuestra copa para acompañarnos en la vida.
Lo divino
Lo primero fue adjudicarle este fermentado con tantas propiedades agradables para el paladar a figuras ligadas a la alegría, el placer y la fertilidad. Es el caso de Dionisio, dios del vino, la agricultura y el teatro en la mitología griega, reconocido por su capacidad para traer euforia a sus seguidores.
La mitología romana conoce a este dios como Baco, y aunque comparte muchas características con su contraparte griega, la cultura romana desarrolló sus propias festividades y rituales en honor a la bebida. Las Bacanales, celebraciones en honor a este dios, eran conocidas por su descontrol, al punto de ser prohibidas temporalmente por el Senado romano debido a su naturaleza caótica.
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En otro lado del mundo, este fermento también tenía un lugar importante en la mitología y la vida religiosa. Osiris, el dios egipcio de la agricultura y la renovación, es asociado con el vino pues se dice que enseñó a los egipcios a cultivar la vid y producir vino.
En las narraciones nórdicas, esta bebida era creada por Aegir, dios del mar, a quien además se le asocia con la elaboración de la cerveza para rituales. Aunque los vikingos son más conocidos por su amor por la cerveza y el hidromiel, el vino también se hacía presente en banquetes en los que se servían grandes cantidades que simbolizaban la hospitalidad y abundancia.
El principio
Según la leyenda griega, Dionisio enseñó a los mortales el arte de cultivar la vid y hacer vino con sus viajes por el mundo, acompañado por un séquito de sátiros que celebraban ritos en su honor. Se dice que su compañero más querido era Ampelo, y al morir fue convertido en una vid por el propio Dionisio, quien elaboró con sus uvas el primer vino que regaló a los hombres como una forma para experimentar libertad.
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La antigua Persia nos cuenta una historia de cómo el vino fue descubierto accidentalmente después de que un ave dejara caer las semillas de la vid. Cuando una de las esposas del rey Djemchid decidió beber un frasco de veneno para terminar con su vida, terminó tomando lo que resultó ser jugo de uvas que habían recolectado de esas vides con anterioridad y que con el tiempo se fermentaron en su depósito. En lugar de morir –y como a muchos de nosotros-, el vino le inyectó emoción y júbilo y llamando la atención de Djemchid, le nombró Darou é Shah o “remedio del Rey”.
El presente
Actualmente el vino sigue siendo una bebida con profundos significados, pues aún simboliza la vida, la transformación y la alegría. Nos recuerda tanto el trabajo del terruño, como la delicadeza que se requiere para su crecimiento.
Es una experiencia que nace en el viñedo, entre plantas que son estudiadas por expertos para obtener lo mejor de cada una de ellas. Significa equilibrio y armonía que se traduce en notas aromáticas y sabores particulares que pueden maridar con platillos complejos, despertando nuestros sentidos. Estas historias mitológicas conectan con el pasado, convirtiendo al vino en una bebida que une a todas las culturas en la mesa.
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